La Tecla Mar del Plata
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Hace unos días el intendente Guillermo Montenegro manifestó su entusiasmo por las cifras oficiales que indican un aumento en la afluencia turística durante el mes de mayo en comparación con el mismo periodo del 2024. En declaraciones a la prensa y publicaciones en sus redes sociales, destacó la tendencia positiva como un reflejo del atractivo sostenido de la ciudad. Sin embargo, el dato llegó con una salvedad no menor: las ventas en comercios marplatenses se desplomaron un 4,8% respecto del mismo mes del año pasado, según el último relevamiento de UCIP.
A la par del crecimiento de discursos que ponderan la iniciativa privada por sobre el rol del Estado, Montenegro compartió en X su entusiasmo por actividades como el Café Fest, una propuesta cultural organizada por espacios independientes como Tre y La Casa del Balcón. “Buena agenda, buena competencia”, escribió, alineado con el ideario liberal que, cada vez con menos disimulo, parece abrazar.
Pero detrás de los filtros optimistas, la ciudad atraviesa una temporada baja especialmente cruda. La caída del poder adquisitivo, el aumento de costos y el menor gasto promedio por turista configuran un escenario en el que proliferan los visitantes, pero escasean las ventas. Con locales que bajan sus persianas y trabajadores que ven peligrar sus puestos, la lógica de la autorregulación del mercado empieza a parecer un mito más del marketing político.
La Unión del Comercio, la Industria y la Producción de Mar del Plata, que encabeza Blas Taladrid, fue la entidad que difundió los datos. Taladrid, que desde hace meses busca lugar en una posible lista del kicillofismo-pultismo dentro de Unión por la Patria, ha intensificado su exposición pública, lo que pone bajo la lupa la neutralidad del informe. El dato duro es real, pero su interpretación no escapa a los intereses políticos en danza.
En este contexto, el interrogante persiste: ¿alcanza con atraer turistas si estos no pueden —o no quieren— consumir? El mercado, celebrado como única salvación, no parece estar devolviendo el favor. Mientras la gestión local se aferra a cada evento como símbolo de vitalidad, la ciudad comercial sufre en silencio. Y entre los festejos por la "buena competencia", empieza a quedar claro que la economía real no se mide solo en likes ni en fotos compartidas.